
Y allí estaba ella. Moviéndose rauda entre los asistentes que abarrotaban la estrecha sala. Preguntando, como la perfecta anfitriona, si estábamos bien. A continuación, dirigía su atención a otros invitados y su espalda, enmarcada por un ceñido vestido de noche, parpadeaba alejándose. Volví a mirar sus fotografías. Y me hizo sonreír el paralelismo entre los personajes retratados —seres de la noche en la mayoría de los casos— y los que habíamos acudido a su llamada. De hecho, mirando la fotografía que publico hoy, uno podría llegar a pensar que estábamos en el Nueva York de los 50. Juego de espejos. Fraternidades derivadas de un mismo estilo de vida. Mientras, Núria seguía pululando entre amigos y conocidos, consumiendo cigarrillos y bebidas y elevando la temperatura de la sala con su afecto.
Y, a continuación, a lomos de mi querida moto, a encontrarme con otra fraternidad, la de los locos que, como yo, nos encontramos un día a la semana para compartir notas, acordes y disonancias. Por aclamación popular —permítanme la ironía— aquí pueden sufrir una de nuestras elucubraciones. No digan que no se lo advertí.
Y antes de que me maldigan, les deseo un buen fin de semana.


