27.2.09

FRATERNIDADES


Y allí estaba ella. Moviéndose rauda entre los asistentes que abarrotaban la estrecha sala. Preguntando, como la perfecta anfitriona, si estábamos bien. A continuación, dirigía su atención a otros invitados y su espalda, enmarcada por un ceñido vestido de noche, parpadeaba alejándose. Volví a mirar sus fotografías. Y me hizo sonreír el paralelismo entre los personajes retratados —seres de la noche en la mayoría de los casos— y los que habíamos acudido a su llamada. De hecho, mirando la fotografía que publico hoy, uno podría llegar a pensar que estábamos en el Nueva York de los 50. Juego de espejos. Fraternidades derivadas de un mismo estilo de vida. Mientras, Núria seguía pululando entre amigos y conocidos, consumiendo cigarrillos y bebidas y elevando la temperatura de la sala con su afecto.

Y, a continuación, a lomos de mi querida moto, a encontrarme con otra fraternidad, la de los locos que, como yo, nos encontramos un día a la semana para compartir notas, acordes y disonancias. Por aclamación popular —permítanme la ironía— aquí pueden sufrir una de nuestras elucubraciones. No digan que no se lo advertí.

Y antes de que me maldigan, les deseo un buen fin de semana.

26.2.09

AGENDA SOCIAL


Tras varios días de aislamiento real —que no virtual— por obligaciones del trabajo, hoy retomo mi agenda social, que comienza cuando acaba el día. Tendré el gusto de reencontrarme con Núria, que presenta una selección de sus retratos a neoyorkinos, de cuna o de paso. La exposición será la excusa perfecta para compartir unos momentos con ella. “Retratista, no fotógrafa”, acostumbra a definirse. Según afirma, la interacción con el fotografiado es su punto fuerte, mucho más que la técnica fotográfica. Lo que me lleva a comentar que la fotografía, el producto final, es el juez implacable de lo que eres como fotógrafo. No vale escudarse en equipos con apariencia profesional, o de aficionado, en cursos oficiales o titulaciones (¿hay algo más incoherente que un título de “fotógrafo”?). La imagen que consigues es lo único que cuenta. Y sólo vales lo que vale tu última foto.

Quizás debatiremos argumentos similares, quizás sólo reiremos y nos beberemos todo lo bebible, pero seguro que pasaremos un buen rato. Lamentablemente, en mi caso será breve. A continuación iré corriendo a nuestra madriguera, el lugar donde ensayamos cada semana. Me entristece la coincidencia, pero aporrear platos y tambores será un buen ejercicio de relajación.

Y después, a dormir. Quizás.

El retrato de Núria, el día antes de que iniciase su aventura neoyorkina, hace ya unos meses. Ese brillo en los ojos…

Buenos días.

25.2.09

MOTEROS


Amo las motos, sobre todo las de diseño clásico. Llámenlas cruiser o como quieran. Esos vehículos que no están hechos para convertirte en un kamikaze humano, sino para recorrer kilómetros degustando el paisaje. Sentir los golpes del aire, la combustión del motor que se eleva hacia tu pecho, el olor dulzón del aceite recalentado que se pega en la garganta.

Durante diez años conduje por la ciudad una Scoopy 50 de un imposible verde. Se vendían tanto que —como en los mejores tiempos de Ford— el cliente no podía elegir el color. Me tuve que conformar con lo que quedaba. La Scoopy me sirvió durante miles de kilómetros y nunca me falló. Un prodigio de calidad y fiabilidad. Pero su plástico no era mítico. Funcional, eficiente, pero aburrida.

Hace poco le he encontrado nuevo dueño, y me he regalado un paso más hacia el motociclismo clásico. No es ninguna maravilla, una 125 —ni tiempo ni ganas de sacarme el carnet de moto—, pero tiene los cromados que me gustan. Y un cambio de marchas que te obliga a gobernar a ti la máquina. Es más incómoda, pero el tacto de su estructura, el ronroneo de su cilindro refrigerado por aire y el pequeño temblor que le asalta cuando pones la primera en frío son guiños, muestras de personalidad. Así que cada día, de camino al trabajo, disfruto de 15 minutos de diálogo con ella.

Una cosa es que disfrute de las motos, que tienen una configuración de conducción que retrotrae poderosamente a los tiempos de los jinetes, y otra muy diferente que me gusten esas salidas organizadas de motoristas que podemos ver todos los fines de semana. Para mí, la motocicleta es el vehículo individualista por excelencia. Encuentro un contrasentido circular como rebaños, siguiendo unos extraños códigos de honor y camaradería que me son ajenos.

La moto es un placer solitario.

Un vehículo vulnerable, con las tripas al aire y que puede decir mucho de su dueño. Me fascinó esta moto que encontré aparcada al lado del Macba, con las vendas del tubo de escape cedidas por el tiempo y el desgaste, como una reinterpretación posmoderna de las momias. Estética militar y la marca Acme (!) tatuada en su depósito. A buen seguro que su propietario tiene muchas historias que contar.

A veces, las obras de arte quedan fuera de los museos.

Buenos días.