Vivimos vidas minúsculas. Al contrario de lo que pretenden
hacernos creer las redes, ni somos estrellas en potencia ni nuestras vidas
interesan. Transitamos este mundo compartiendo experiencias, quizás nimias, relevantes
únicamente para nosotros. En este universo lleno de egos y subjetividades, una
exposición que muestre la vida cotidiana de su autora puede hacernos pensar en
otra oda al narcisismo. No es el caso.
Desde su título, Microvida, desde su presentación, con
minúsculas imágenes realizadas con móvil, Silvia R. May nos demuestra que es
consciente de su propia finitud. La exposición nos obliga a acercarnos, a establecer
un diálogo próximo con las imágenes, como si se tratara de una conversación al
oído.
Esa aparente insignificancia, se topa, sin embargo, con la
mirada propia, atrevida, de Silvia, que convierte un hecho intrascendente en
imagen icónica. Y así, casi en susurros, como si no se atreviera a valorar lo
que presenta, nos envía un mensaje multiplicado en cada una de las escenas que
muestra. Nuestras vidas insignificantes, formadas por esos días en los que
parece que nada pasa, se presentan, sin embargo, como fascinantes si somos
conscientes de que son la materia que conforma nuestra existencia, y si son contadas
con una visión propia, alejada de las dictaduras modernas del feísmo y de la
ocurrencia banal. Una exposición que logra imágenes esenciales de nuestro
devenir diario, un gran trabajo.
Más información, aquí.