25.2.09

MOTEROS


Amo las motos, sobre todo las de diseño clásico. Llámenlas cruiser o como quieran. Esos vehículos que no están hechos para convertirte en un kamikaze humano, sino para recorrer kilómetros degustando el paisaje. Sentir los golpes del aire, la combustión del motor que se eleva hacia tu pecho, el olor dulzón del aceite recalentado que se pega en la garganta.

Durante diez años conduje por la ciudad una Scoopy 50 de un imposible verde. Se vendían tanto que —como en los mejores tiempos de Ford— el cliente no podía elegir el color. Me tuve que conformar con lo que quedaba. La Scoopy me sirvió durante miles de kilómetros y nunca me falló. Un prodigio de calidad y fiabilidad. Pero su plástico no era mítico. Funcional, eficiente, pero aburrida.

Hace poco le he encontrado nuevo dueño, y me he regalado un paso más hacia el motociclismo clásico. No es ninguna maravilla, una 125 —ni tiempo ni ganas de sacarme el carnet de moto—, pero tiene los cromados que me gustan. Y un cambio de marchas que te obliga a gobernar a ti la máquina. Es más incómoda, pero el tacto de su estructura, el ronroneo de su cilindro refrigerado por aire y el pequeño temblor que le asalta cuando pones la primera en frío son guiños, muestras de personalidad. Así que cada día, de camino al trabajo, disfruto de 15 minutos de diálogo con ella.

Una cosa es que disfrute de las motos, que tienen una configuración de conducción que retrotrae poderosamente a los tiempos de los jinetes, y otra muy diferente que me gusten esas salidas organizadas de motoristas que podemos ver todos los fines de semana. Para mí, la motocicleta es el vehículo individualista por excelencia. Encuentro un contrasentido circular como rebaños, siguiendo unos extraños códigos de honor y camaradería que me son ajenos.

La moto es un placer solitario.

Un vehículo vulnerable, con las tripas al aire y que puede decir mucho de su dueño. Me fascinó esta moto que encontré aparcada al lado del Macba, con las vendas del tubo de escape cedidas por el tiempo y el desgaste, como una reinterpretación posmoderna de las momias. Estética militar y la marca Acme (!) tatuada en su depósito. A buen seguro que su propietario tiene muchas historias que contar.

A veces, las obras de arte quedan fuera de los museos.

Buenos días.

1 comment:

Keka Suárez said...

me alegra, que te gusten esas dos fotos, igualmente que te agradezco infinitamente que me lo hagas saber, cuando quieras también me puesdes hacer saber cuales no te gustan nada, de nada y por que que de eso se aprende mucho, yo por lo menos, prefiero que me hagan críticas constructivas en lo cual mejorar si creo desde luego que realizándolo mejoraré.
Quería hacerte dos preguntas:
1º ¿De verdad que haces esas preciosas, emocionantes, y devastadoras fotos con una Lumix?
2º ¿Por casualidad estuviste alguna vez en una Sala ahí en Barna que se llama Sala Big bang, y si es así que tal está para hacer fotos a la gente que actua?

Como siempre, un placer leerte todos los días y más aún ver eses retazos de tí que nos vas dejando.

Yo de mayor quiero una Chopper. Me imagino con mi pelo rizo pero ya canoso dibujando ondas en el aire con un casco de esos antiguos y unas gafas enormes a juego.
Bona nit.