11.9.12

VISA EN CAÍDA LIBRE


Los plafones del espacio World Press Photo permiten mixtificaciones como ésta.


Mucho se habla de la decadencia del fotoperiodismo. De cómo esta pasión no tiene cauces para darse a conocer. De la imposibilidad para dedicar los recursos necesarios que permitan abordar temas con la suficiente profundidad.  Pero si el fotoperiodismo está amenazado y, supuestamente, cada vez hay menos soportes que permitan la transmisión de esas imágenes necesarias, más importancia cobran los pocos altavoces que mantienen el interés por esta disciplina. Uno de ellos, y de los más reconocidos, es el festival Visa pour l’Image, que convierte por unos días los desvencijados espacios culturales de Perpignan en salas de exposición.
La responsabilidad del Visa es, por lo tanto, fundamental e ineludible. Pretende ser la correa de transmisión de los reportajes más meritorios que se han hecho últimamente. Es la voz de los sin-voz, los fotoperiodistas. Esos apestados por las políticas de los grandes conglomerados de contenidos, que no de información. Y, vistos los resultados, sólo hay dos opciones. O el nivel actual del fotoperiodismo es mediocre (a lo sumo), o lo que es mediocre son los criterios de selección del festival. Y apuesto por la segunda opción. En Internet se pueden contemplar reportajes mucho más profundos, originales y fotográficamente trascendentes que los que presenta el que se define como festival internacional del fotoperiodismo.
El Visa pour l’Image está fosilizado, no es fiel a su función. No puede escudarse, como hace su director, Jean François LeRoy, tras una mueca sarcástica y afirmar que Instagram no te hace fotoperiodista. Ser fotoperiodista tampoco es irse a África para mostrar un reguero de sangre. Es irse a África (o a Barcelona) y lograr fotografías que transmitan información, cuenten una historia y ofrezcan una visión profunda de la realidad que el periodista de la imagen está observando.
Reformulo algunos comentarios míos a la edición del año anterior que casan como un guante en la presente:
1. El eterno retorno
Desde hace años, el viajero que acude a la muestra tiene una cierta sensación como de eterno retorno, de presenciar imágenes ya vistas. Se echa de menos una mayor valentía por parte de los organizadores para seleccionar otras miradas, otras formas de contar. Cada año que pasa siento que el Visa necesita reinventarse.

2. Los criterios de selección
¿Qué prima en los criterios de selección del Visa? ¿El fondo o la forma? Se muestran imágenes porque presentan dramas humanos o porque su mirada fotográfica es buena? ¿Un buen fotorreportaje no es la unión de ambos aspectos? ¿No tendría que primar este festival precisamente aquellos reportajes que expliquen qué es el mundo a través de una mirada que también tenga valor por sí misma?
3. El tremendismo o la cotidianidad
¿Son las desgracias los únicos temas que puede tratar el Visa? Tradicionalmente parecía que así era pero esta edición da señales de que la cotidianidad también puede tener cabida en él. La cotidianidad ha de estar presente en el Visa. Por ejemplo, la pobreza que invade esta sociedad que creíamos opulenta.

El punto 3 del año anterior me va como anillo al dedo para enunciar la exposición, que para mí, ha justificado el viaje a Perpignan. “Urban quilombo”, de Sebastián Liste, que cuenta (sí, en este caso sí que lo hace) cómo subsiste un grupo de familias en una fábrica abandonada, en Salvador de Bahía. Aparte de esta grata sorpresa, que ofrece una mirada bella, comprensiva y analítica de las personas y de su entorno, pocas cosas más dignas de mención. A vuelo pluma, “Esos Estados de América”, de Jim Lo Scalzo; “Sangre Afrikáner”, de Ilvy Njiokiktjien, y “Condenados”, de Robin Hammond. Poco más en el yermo repleto de imágenes olvidables, intrascendentes. Flaco favor al fotoperiodismo el que ofrece la presente edición del Visa pour l'Image.