23.5.07

La decadencia de la fotografía de conciertos


Incluyo a continuación una entrada publicada en mi fotolog y que, por sus rrelación con el estado de la fotografía, considero conviene colocar aquí también:
Las reflexiones publicadas ayer por /music_stills me han hecho rememorar mis inicios como fotógrafo de conciertos. La primera imagen que apareció en una revista la tomé la noche del 8 de octubre de 1999 en la sala Zeleste (poco después pasaría a llamarse Razzmatazz). El grupo era Fugazi, al que entonces no conocía. Fuí, diríamos, a ciegas, sin saber qué me iba a encontrar. Aunque mi memoria no es ningún prodigio, recuerdo perfectamente los nervios mientras esperaba que comenzase la actuación, inquieto por no saber si sería capaz de conseguir lo que esperaban de mí. Mataba la espera fotografiando los amplificadores, naturalezas muertas de un escenario que pronto sólo sería el decorado a disposición de los músicos. La imagen que veis, con un Ian MacKaye resoplando por su concentración y la intensidad del concierto, fue la seleccionada por la revista. Y así empecé a compartir mi punto de vista con otros apasionados de la música.
¿Qué he aprendido durante estos ocho años? Aquí van algunas reflexiones sobre lo que he vivido y mi intranquilidad hacia la evolución de esta rama de la fotografía, que se concreta en los siguientes puntos:
La banalización del rol de fotógrafo
El fotógrafo debe ser un profesional. Entiendo por ello que debe comprometerse con la calidad de su trabajo. Por lo tanto, no se interprete en mis palabras un afán de corporativismo ni de poner barreras al acceso a la profesión. No me interesa saber el proceso por el que alguien llega a ser fotógrafo, sino ver los resultados que ofrece. Sin embargo, ese compromiso para con su trabajo cada vez reviste menos importancia y, en parte, debido a la incompetencia de quienes deben juzgar sus resultados. La falta de criterio de los editores gráficos y la eclosión de la fotografía digital han producido ese estado de opinión por el que “cualquiera que tiene una cámara puede ser fotógrafo”. Salvando las distancias, es la misma inconsciencia que hace afirmar a algunos que “mi niño puede pintar igual que Picasso o Miró”. Se ha banalizado el rol. Un fotógrafo no es un profesional, es alguien “guay”, que está en todos los “saraos”, que baila mientras fotografía, que dispara de cualquier manera, dominado por la emoción del momento. Lo que subyace es que la fotografía no es un fin, sino un medio para “destacar de la masa”. Es decir, el fotógrafo como estrella, como celebridad, antes que como profesional.
El empeoramiento de las condiciones de trabajo
Como consecuencia del punto anterior, cada vez está menos valorado, desde el punto de vista económico, el trabajo del fotógrafo. Y es más difícil poder vivir de ello. Esta falta de perspectivas económicas vuelve a incidir en la involución del sector. Los fotógrafos que despuntan se dan cuenta de que difícilmente verán valorado su esfuerzo y, tarde o temprano, buscan otros campos de actividad que les retribuyan cómo se merecen. Y la calidad media se resiente, con lo que se vuelve a minusvalorar al colectivo.
La información gráfica que se ofrece de los conciertos es tan importante como la escrita
Y más teniendo en cuenta que muchos de los artistas son iconos visuales. Si los medios lo entienden, elevarán su grado de exigencia y ello redundará en una mejor calidad del material que se ofrezca. Si no, continuará la decadencia de la profesión. Si he de hacer una premonición, no será optimista.
Si queréis ver el original, y la polémica generada, podeís ir aquí:

12.5.07

Muerto


La foto que ven pertenece al último concierto en el que disparé. Es Jesse Sykes, gran cantante y compositora americana, que nos iluminó con su música en esa catacumba que es el Zacarias Club, antes conocido como La Boîte. Cuando hacía las fotos, era sólo un concierto más. Intenso, bello, pero sin nada especial. Ahora representa algo bien diferente. Pocos días después, la rótula de mi pierna derecha se desencajó y me ha dejado postrado y encerrado en mi casa. No hay conciertos, no hay vida. Nada. Sólo esperar.

Se acercan los festivales. Aunque, para algunos, representen sólo una macrofiesta, una suerte de centro comercial de la diversión adolescente, los festivales, sobre todo si tienen criterio musical, son, para mi, una ocasión de descubrir nuevos músicos, nuevas sensibilidades. Espero que esté en condiciones para poder disfrutarlos y trabajar en ellos. Los festivales y los conciertos son mi vida. Sin ellos, estoy muerto.