18.3.13

ANTE LA MUERTE DE JASON MOLINA

 


Jason Molina ha muerto con 39 años. Quizás el alcohol pudo con él. Quizás ahogaba con él aquello que no le gustaba de su vida. Poco importa ya. Cuando alguien fallece con 39 años es un gran drama, porque la muerte le priva de desarrollar sus potencialidades, de disfrutar de su capacidad para hacer a los otros un poco más felices, de colaborar para que el mundo sea algo mejor.

Ha muerto Jason Molina, el corazón quizás roto de infelicidad. No lo sé. Pero estoy convencido de que, en el año 2009, mientras interpretaba su repertorio junto a Magnolia Electric Co. en su actuación del Primavera Sound, era feliz.

Observo sus ojos cerrados, esa sonrisa plácida y, aun lamentando su temprana muerte, me reconforta pensar que él también pudo disfrutar de esos escasos momentos que iluminan nuestro entorno, que compensan el peso de los días, que  llegan a justificar nuestra existencia.

Miro a Jason Molina y sonrío con él, agradecido. Su mente, su ser permanecen con nosotros mientras suene una de sus canciones.

Quizás su música sea aquello eterno que algunos llaman alma.

12.3.13

A veces, la suerte


A veces, la suerte te acompaña. Asistes a un concierto y, sin saber por qué, comienzas a grabar en cuanto los músicos suben al escenario. ¿Qué hace tomar esa decisión? ¿Es quizás el fondo de saxo generado electrónicamente? ¿La tensión creciente que hace prever el clímax que se aproxima? A veces, simplemente no sabes qué mecanismo en tu interior te impele a ello.

Cuando Llibert Fortuny, Martin Leiton y Ferenc Nemeth comenzaron a tocar sus instrumentos, pulsé el botón de grabación de vídeo. Y, mientras contemplaba, a través de la pequeña pantalla digital, cómo conquistaban espacios de libertad con su música y apreciaba la fuerza que se desprendía de sus interpretaciones, sabía que estaba captando el momento, ese instante en que las notas creadas por tres músicos crecen y se enlazan para formar algo más grande que la suma de sus capacidades, un torbellino de tensión que explotaba en oleadas de fiera felicidad, de descubrimientos insospechados, de conjunciones sorprendentes. Por unos instantes fui consciente de que el resultado que estaba escuchando pagaba con creces todas las horas de esfuerzo y sacrificio que los tres músicos habían dedicado a su mejora profesional.

Me sonreí pensando que esa materia evanescente, la música que golpeaba las bóvedas de piedra del Jamboree y se desvanecía tan rápidamente como había llegado, se estaba almacenando en un pequeño dispositivo electrónico que me permitiría revivir momentos e intensidades.

Hoy comparto con vosotros esos primeros veinte minutos catárticos, inmensos, del principio del concierto. En mi recuerdo, el resto de la actuación no llegó a tales cotas de emoción, pero no se pueden pedir imposibles, cuando la mayor parte de las actuaciones no llegan, en ningún momento, a las cumbres que culminaron esta tríada de músicos.

Veinte minutos y el sensor recalentado de mi cámara se apagó al no poder resistir por más tiempo la temperatura. Sus sistemas de seguridad dictaron cuándo finalizaba la pervivencia de esa sesión y cuándo la música volvió a convertirse en material volátil, en recuerdo inconcreto que flotó por el Jamboree sólo durante la What The Fuck Jam Session. Mágico. Etéreo. Inaprehensible.


10.3.13

Felino

La mosca
El ansia de cazar, de dominar el destino de los pequeños seres que forman tu mundo. La capacidad de fijar toda tu atención en un minúsculo punto, hasta desaparecer, pues, en ese momento, sólo existes por el otro.

Eres gato y eres bello. Tu cuerpo es un mecanismo perfecto. Eres gato y tu vida pasa rauda. Aun así, con tu habitual displicencia, te detienes y te entregas al descanso.

Bello animal, ¿qué pensamientos cruzan tu mente cuando nos miras con esa intensidad tuya?


9.3.13

Mortui resurgent

La foto es de hace siete años y la hice en el cementerio del Poble Nou, pero sirve para transmitir el ambiente.
Mi pasos me condujeron esta mañana al cementerio de Sitges. Mortui resurgent, reza en latín el arco de entrada. “Los muertos resucitarán”. Tras entrar, un espacio vacío, lleno de restos de cuerpos almacenados en nichos numerados, apilados como pequeños apartamentos en la ciudad. Curioso ese orden numérico entre los despojos mortales. Las pequeñas lápidas intentaban personalizar a cada fallecido. Palabras de tristeza o de esperanza, ajadas por el tiempo, pretendían revestir de un halo de trascendencia lo que es un adiós. Me emocionó especialmente una leyenda que decía algo parecido a “El cuerpo, encerrado en esta cárcel; el alma, hacia el infinito, y el mar, tan cerca”. Y era cierto, por lo menos, su última afirmación. La ladera en la que se asienta el cementerio se hunde en el mar. Diríase que esas almas que citaba la leyenda pueden contemplar el runrún eterno de las olas, ese ritmo constante que nos acerca al infinito. Vana esperanza, inútil deseo de permanencia.
Paseando por las calles de la pequeña ciudad de los muertos, me encontraba en muchas lápidas la expresión “propiedad de la familia…”. La propiedad está más enraizada y dura más que la propia vida. Incluso contemplé el nombre de una futura habitante de esta silente ciudad, que incluía en su lápida el año de nacimiento y, tras el guión, el espacio para añadir el año de su muerte, como un interrogante que el destino debía resolver. Siempre es bueno contemplar, desde fuera, cuál será tu última morada. Una mente previsora, sin duda.
Seguía vagando por las calles cuando observé a dos empleados de la funeraria arrastrando un carrito con un ataúd. Coincido con un entierro, pensé. Tras ellos, la familia del fallecido caminaba sobre la grava. Semblantes desencajados, ojos enrojecidos, labios temblorosos. La tristeza sobrevolaba al grupo como una bandada de grajos.
A mi espalda, oí el rascar de las paletas contra el hormigón de los nichos. En un momento, los familiares se fueron. Así de rápido se sella una vida, pensé.
Mortui resurgent.

3.3.13

Entre tinieblas


Esquema típico de iluminación de conciertos en Barcelona. Observen que está más iluminado el cabezal del amplificador que el artista que está creando música en directo. ¡Viva la silueta!
Barcelona no se ha caracterizado por ser una ciudad en la que se iluminen bien los conciertos, más bien todo lo contrario. Hace años pareció instaurarse la moda de acribillar al respetable con contraluces que atacaban directamente a las retinas del respetable mientras dejaban a los artistas a oscuras. Recuerdo especialmente unos años en el Primavera Sound, allá en el Poble Espanyol, en los que las únicas iluminaciones eran contraluces de focos rojos y azules.

La Sala Apolo era una de las pocas en la que podías encontrar una iluminación competente, respetuosa para con el artista y su público. Profesional, en una palabra. El concierto de Tiraniwen fue un ejemplo de bella iluminación creada en concordancia con la música de la actuación. Y digo “era” porque, desde hace unos meses, la situación ha degenerado de manera extraordinaria. Otros cronistas musicales ya se han quejado de esta situación.

La celebración, ayer, del Make Noise Festival llevó la tendencia a extremos delirantes. Así, nos encontramos a los Muñeco, que iniciaban la velada en absoluta oscuridad y que se quejaban de la imposibilidad de afinar y, casi, de encontrar sus instrumentos, agazapados en la oscuridad de un escenario que parecía un agujero negro que engullera la luz, más que un espacio dedicado a la música en directo.

Con los siguientes grupos la situación no mejoró. Uno asistía cariacontecido a una sucesión de sombras que imaginaba eran los conjuntos que actuaban, hasta que terminaba la canción. Entonces, entre tema y tema, se iluminaba a toda potencia el escenario, supongo que para que los grupos comprobaran si todos los integrantes continuaban sobre las tablas. Les aseguro que presencié muecas de queja entre los músicos, cegados por los fogonazos de quien parecía que encontraba repentinamente el botón que buscaba desde hacía tiempo. Por supuesto, a la que comenzaba la siguiente canción, volvíamos a las sombras chinescas, a los contraluces inmisericordes.

Soy fotógrafo y pueden pensar que critico motivado por mis propios intereses. Están en su derecho, pero se equivocan. Hablo como espectador. ¿Se imaginan ir a un concierto y no escuchar la voz del cantante? Alguien podrá decir que es una decisión consciente del técnico de sonido, pero creo que coincidiríamos la mayoría en que nos encontramos ante un sinsentido. Pues lo mismo ocurre con la iluminación. Los focos fueron diseñados para crear atmósferas en concordancia con la música, para complementar sus efectos y realzar el espectáculo al que estamos asistiendo. La oscuridad por la oscuridad no es misteriosa ni sugerente. Es la nada absoluta.