30.4.09

CAPAS


Identidad: 2. f. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás.
3. f. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás.


La definición de la RAE da a entender que nuestra identidad es algo único y homogéneo que nos caracteriza “frente a los demás”. A grandes rasgos puede presuponerse que sí, pero creo que los individuos tenemos diferentes identidades, que se acumulan en forma de capas, o si quieren, en una hilera consecutiva de puertas que van vedando los diferentes ámbitos de acceso permitido a los otros. A esto hay que añadir la interpretación que hace el otro de nosotros, siempre propia y diferente. Vaya, para intentar aclararlo un poco más, que nuestras identidades varían en función de la proximidad —confianza— con el otro que, a su vez, reinterpreta esa imagen que le ofrecemos de nosotros mismos.

El tema tiene bemoles, porque si actuamos de manera diferente y ofrecemos visiones de nosotros “a la carta”, ¿construimos una identidad para nosotros que permita autojustificar nuestras acciones cuando quizás no las aceptaríamos en el otro? ¿Somos cada una de esas identidades que ejercitamos ante los otros o alguien ajeno a ellas, que las utiliza como señuelo? ¿Quién somos realmente?

Estas preguntas, entre otras, centraron ayer noche una interesante conversación en un recoleto bar del Ensanche barcelonés. Así da gusto arañar horas al sueño.

En la fotografía de hoy, John & Jehn, una suerte de The Kills francófonos, aunque estoy convencido de que odiarán la simplificación. Actuaron en el minifestival “Las chicas la lían” y subieron la temperatura del respetable unos cuantos grados con sur rock visceral.

Buenos días.

29.4.09

UN DESENLACE Y UN PRELUDIO


El pajarillo del que les hablaba ayer ya no permanece en el suelo del garaje y las migajas que le dejé han desaparecido también. Si fuera optimista e ingenuo, diría que seguramente se ha recuperado tras comer y ha emprendido el vuelo. Como no lo soy y tiendo más a cenizo, diré que creo harto improbable que el animal se recuperase en tan corto espacio de tiempo. Y añadiría que el suelo estaba sospechosamente limpio, como si alguno de los vecinos considerase una imagen incómoda ver al pobre animal y decidiese tirarlo a la basura, vivo y todo.

Cuando llegué ayer al aparcamiento me sentí perdido, buscando a la pequeña bestia alrededor de donde solía reposar. Nada. Evaporado. Y justo cuando ya había diseñado la logística para llevarlo a un veterinario para, por lo menos, salir de dudas sobre su estado. Soy cenizo, pero tengo mi corazoncito. Qué pena.

Pero no quiero dejarles con mal sabor de boca. Estamos en primavera y no todo son duelos y tristezas. Ahora toca hablarles del preludio. Y para ello, nos remontaremos al 23 de abril, cuando actuaron Will Johnson (en la foto) y los Clem Snide de Eef Barzelay. A Johnson le tocaba el ingrato papel de telonero (por ello lo del preludio), de animador para calentar motores ante el artista principal de la noche. Pues cuanto más tiempo pasa, más claro tengo que Will Johnson superó en intensidad, emoción, concreción y belleza al supuesto cabeza de cartel. Johnson es una de aquellos americanos que puedes imaginarte ante una llanura desierta con una gorra, una espiga de trigo en la boca y tarareando, acompañado de su guitarra acústica, una de sus melodías. Para él. Porque sí. Porque disfruta haciendo música. Y se le nota, vaya si se le nota.

Les dejo en compañía de una de sus canciones, que empieza melancólica y después provoca un chute de endorfinas. Porque sí. Porque todos necesitamos que de vez en cuando nos levanten el ánimo. Y pocas armas tan poderosas como la música.

Buenos días.

28.4.09

SÓLO UNA VIDA


El domingo encontré en mi aparcamiento a un pequeño pájaro, quizás un gorrión —ruego disculpéis mi desconocimiento del reino animal, lógico, por otra parte, en un urbanita como yo—. Pues, como decía, apareció ante mis pies un pequeño pájaro, bocabajo, el pico apoyado en el duro cemento, inmóvil excepto por las pequeñas oscilaciones de sus pulmones. Quizás la tormenta le había golpeado, quizás padecía alguna enfermedad.

El hecho es que me quedé un momento observándolo. Al ritmo de su respiración, la congoja se fue apoderando de mí. Cogí su pequeño cuerpo, caliente, entre mis manos, y le di la vuelta, por si podía descubrir el motivo de su quietud. Y entonces vi su mirada aterrada, el pico abierto que boqueaba y parecía gritar su miedo. Movía sus pequeñas patas como intentando alejar la muerte de sí. Lo dejé en el suelo, pensando que, a mi vuelta, ya estaría muerto.

Lo cierto es que todavía continúa allí, inmóvil, luchando por su vida. Ayer le dejé migajas de un croissant, por si podía comer. No las ha tocado. Parece ligeramente más despierto, pero sigue quieto. Es sólo un individuo, sólo una vida. Sobreviva o no, nada cambiará. Pero quiero que viva, porque me reconozco en él.

Buenos días.