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12.3.13

A veces, la suerte


A veces, la suerte te acompaña. Asistes a un concierto y, sin saber por qué, comienzas a grabar en cuanto los músicos suben al escenario. ¿Qué hace tomar esa decisión? ¿Es quizás el fondo de saxo generado electrónicamente? ¿La tensión creciente que hace prever el clímax que se aproxima? A veces, simplemente no sabes qué mecanismo en tu interior te impele a ello.

Cuando Llibert Fortuny, Martin Leiton y Ferenc Nemeth comenzaron a tocar sus instrumentos, pulsé el botón de grabación de vídeo. Y, mientras contemplaba, a través de la pequeña pantalla digital, cómo conquistaban espacios de libertad con su música y apreciaba la fuerza que se desprendía de sus interpretaciones, sabía que estaba captando el momento, ese instante en que las notas creadas por tres músicos crecen y se enlazan para formar algo más grande que la suma de sus capacidades, un torbellino de tensión que explotaba en oleadas de fiera felicidad, de descubrimientos insospechados, de conjunciones sorprendentes. Por unos instantes fui consciente de que el resultado que estaba escuchando pagaba con creces todas las horas de esfuerzo y sacrificio que los tres músicos habían dedicado a su mejora profesional.

Me sonreí pensando que esa materia evanescente, la música que golpeaba las bóvedas de piedra del Jamboree y se desvanecía tan rápidamente como había llegado, se estaba almacenando en un pequeño dispositivo electrónico que me permitiría revivir momentos e intensidades.

Hoy comparto con vosotros esos primeros veinte minutos catárticos, inmensos, del principio del concierto. En mi recuerdo, el resto de la actuación no llegó a tales cotas de emoción, pero no se pueden pedir imposibles, cuando la mayor parte de las actuaciones no llegan, en ningún momento, a las cumbres que culminaron esta tríada de músicos.

Veinte minutos y el sensor recalentado de mi cámara se apagó al no poder resistir por más tiempo la temperatura. Sus sistemas de seguridad dictaron cuándo finalizaba la pervivencia de esa sesión y cuándo la música volvió a convertirse en material volátil, en recuerdo inconcreto que flotó por el Jamboree sólo durante la What The Fuck Jam Session. Mágico. Etéreo. Inaprehensible.


26.1.10

LA BÚSQUEDA PERENNE


Sí, ya sé que este espacio puede parecer en los últimos días un altar más que un lugar para la reflexión, pero es que el músico se lo merece. Ayer puesta de largo del proyecto Seward, otra de las innumerables mutaciones de Adriano Galante, en el Jamboree, y nueva evidencia del talento musical del hombre con el corte de pelo asimétrico y de sus secuaces.

Seward es un combo electroacústico que aúna piano, contrabajo, cello, guitarras y manipulaciones sonoras entre las que destacó una reinvención del clásico theremin. Un grupo que se sitúa en la búsqueda permanente de las fronteras de lo conocido como canción. Es por ello el proyecto más arriesgado, en el que los intérpretes se fugan de la estructura tradicional, caminan al borde del abismo y se acercan a la desintegración de lo que comúnmente se llama música. Un ejercicio arriesgado y, por ello, más valioso por su osadía. Menos inmediato que otros proyectos, pero muy sugerente. En su presentación escuchamos interludios inconexos combinados con instantes de esa intensidad dolorosa que sólo los verdaderamente grandes consiguen.

No sé qué pasará en el futuro con Adriano y sus diferentes encarnaciones. Si despegará —como sería lo lógico— o se mantendrá en ese limbo de desconocimiento, en territorio para aventureros. Sea como sea, es, desde ya, una de las mejores cosas que le han pasado a la música por estos pagos. El próximo domingo, a partir de las 21.30, en el Heliogàbal, tienen otra oportunidad de apreciar esta delicatesse. Yo de ustedes no me lo perdería.

Buenos días.