A veces, la suerte te acompaña. Asistes a un concierto y,
sin saber por qué, comienzas a grabar en cuanto los músicos suben al escenario.
¿Qué hace tomar esa decisión? ¿Es quizás el fondo de saxo generado
electrónicamente? ¿La tensión creciente que hace prever el clímax que se
aproxima? A veces, simplemente no sabes qué mecanismo en tu interior te impele
a ello.
Cuando Llibert Fortuny, Martin Leiton y Ferenc Nemeth comenzaron
a tocar sus instrumentos, pulsé el botón de grabación de vídeo. Y, mientras
contemplaba, a través de la pequeña pantalla digital, cómo conquistaban espacios
de libertad con su música y apreciaba la fuerza que se desprendía de sus
interpretaciones, sabía que estaba captando el momento, ese instante en que las
notas creadas por tres músicos crecen y se enlazan para formar algo más grande
que la suma de sus capacidades, un torbellino de tensión que explotaba en
oleadas de fiera felicidad, de descubrimientos insospechados, de conjunciones
sorprendentes. Por unos instantes fui consciente de que el resultado que estaba
escuchando pagaba con creces todas las horas de esfuerzo y sacrificio que los
tres músicos habían dedicado a su mejora profesional.
Me sonreí pensando que esa materia evanescente, la música
que golpeaba las bóvedas de piedra del Jamboree y se desvanecía tan rápidamente
como había llegado, se estaba almacenando en un pequeño dispositivo electrónico
que me permitiría revivir momentos e intensidades.
Hoy comparto con vosotros esos primeros veinte minutos catárticos,
inmensos, del principio del concierto. En mi recuerdo, el resto de la actuación
no llegó a tales cotas de emoción, pero no se pueden pedir imposibles, cuando
la mayor parte de las actuaciones no llegan, en ningún momento, a las cumbres
que culminaron esta tríada de músicos.
Veinte minutos y el sensor recalentado de mi cámara se apagó
al no poder resistir por más tiempo la temperatura. Sus sistemas de seguridad
dictaron cuándo finalizaba la pervivencia de esa sesión y cuándo la música
volvió a convertirse en material volátil, en recuerdo inconcreto que flotó por
el Jamboree sólo durante la What The Fuck Jam Session. Mágico. Etéreo.
Inaprehensible.
No comments:
Post a Comment