Consultas una guía del ocio, Zitty, por ejemplo y descubres que Jason Pegg, de Clearlake, actúa en solitario para presentar su nuevo álbum en un antro de depravación como el Kaffe Burger. Tras congelarte a la intemperie en varios andenes descubiertos del U-Bahn a siete grados bajo cero, aplastas cientos de metros de nieve para llegar al local y te solazas al saber que la entrada cuesta sólo 5 euros. Te sumerges en la iluminación rojo sangre del local y descubres que hay unas 10 personas más esperando la actuación, 5 de ellos, un grupo de chinos que parecen integrantes de una tríada mafiosa y que están más atentos a ese humor oriental infantiloide que a lo que pueda acontecer en el escenario. Empieza el concierto y te das cuenta de que todos los inconvenientes valían la pena para disfrutar de una velada especial. Son cosas que pasan en Berlín.
Les adjunto el último single del Sr. Pegg, que viene a decir algo así como “hago las cosas a mi manera, si me salen bien, mío es el mérito; si no, me puedes echar toda la culpa”. No puedo estar más de acuerdo con él. Bella canción de mimbres clásicos, esta “The credit or the blame”.
Y ahora, cosas que pasan en Barcelona. He estado últimamente más inactivo de lo que quisiera. Obligaciones, ya saben. Por ello, mis disculpas. Para hacerme perdonar, dos recomendaciones casi, casi, imprescindibles.
El sábado, la sala Miscelánea ofrece una velada de celebración de su quinto aniversario. Aparte de colaborar con ellos para que sigan siendo uno de los polos de vanguardia de nuestra bella ciudad adormecida, los argumentos musicales, Four Tet y Les Aus, son más que suficientes.
Y el lunes, el Sr. Adriano Galante, en una de sus reencarnaciones, al frente del grupo Sewald, protagonizará la What The Fuck Jam Session del Jamboree. Avisados están.
Un corazón dibujado en la nieve. Un detalle juguetón, lleno de humanidad, que desafía la dureza del paisaje berlinés. Puede parecer una tontería, pero esa suma de contrarios es la esencia del carácter de la ciudad. Anárquica, informe, mutable, llena de vida. Cuanto más la visito, más inabarcable.
Hoy, antesala del fin de semana, les dejo un tema de mis queridos Gravenhurst, “Song from Ander the archers”, de su álbum “Fires in distant buildings”, editado el 2005.
No es que tenga mucho que ver con la imagen, más allá de que me apetece incluirla. Bueno, quizás coincida esa esquizofrenia entre contrarios que, en la canción, se turnan durante sus diez minutos de duración: la voz melosa y suave de Nick Talbot y las partes enérgicas y repletas de distorsión. Espero que la disfruten, especialmente Jordi.
Los cuerpos de miles de soldados soviéticos reposan bajo este memorial. Miles de sueños y vidas borradas antes de tiempo, cadáveres entrelazados bajo tierra.
El memorial construido por los soviéticos ensalza el sacrificio por la madre patria y es, todavía hoy, lugar de peregrinación de los jóvenes rusos que visitan Berlín. Portan rosas en sus manos y botellas de vodka que dejan en la capilla, a la salud de los muertos.
Honor, valor, sacrificio son palabras que acostumbran a resonar en este tipo de monumentos, erigidos por las mismas autoridades a las que no les temblaba la mano al enviar a cientos de personas a una muerte segura por conquistar una posición. Son los mismos que ordenaban disparar a aquellos soldados que no se mostraran lo suficientemente fogosos a la hora del combate. Tras la guerra se ensalza la entrega de cada uno de los soldados pero, en la batalla, nadie tiene en consideración a cada persona, cada historia. Son sólo materia prima fungible.
La nieve caía mansamente, apenas acariciando las mejillas. Tras contemplar la capilla, me giré y vi en la explanada a una familia con un bebé que quizás venían a rendir memoria al abuelo de uno de ellos. Los que se fueron hace tiempo y el recién llegado, juntos. A veces, parece que la vida se divierta.
Creo que fue anteayer por la noche cuando se conoció la muerte de Eric Rohmer, uno de los grandes de la historia del cine. Tuvo una vida longeva y más que aprovechada. Una muerte más en el ámbito de las Artes. Se podría llegar a pensar que los últimos meses han sido muy negativos el mundo de la cultura. Pero, a la que uno lo piensa, esta corriente no hará más que aumentar. Aquellos que puedo considerar referentes lo son desde mi adolescencia, hace ya una veintena de años. Es ley de vida que vayan desapareciendo. Miras alrededor y ves cómo se van apagando esas vidas que te acompañaban y que conformaban tu universo. Ves la zapa del tiempo, que cambia subrepticiamente, pero de forma continua, el mundo.
Nevaba en Berlín junto al monumento erigido sobre la fosa común de los 7.000 soldados rusos fallecidos en la toma de la ciudad. Tras la visita, nos refugiamos en un bar de barrio, de cocina casera y bien acondicionado, como acostumbran a estarlo las casas en la fría Alemania. Un anciano, que seguramente era niño cuando las tropas soviéticas cercaban la ciudad, apuraba los últimos sorbos de su cerveza.