4.10.10

TU MUERTE ME DA LA VIDA


Paseaba por Montjuïc este fin de semana cuando encontré, a mis pies, un cadáver de pájaro. Mi primera reacción fue la tristeza por el animal que había dejado de existir. Su pecho estaba horadado y los insectos accedían a sus órganos a través de él. Abejas y moscas revoloteaban alrededor o se posaban sobre el cuerpo inerte. Una pequeña mosca se alimentaba de los restos de su plumaje. Un manjar inacabable. Los ojos ya habían sido picoteados y, dentro de poco, lo que había sido un grácil animal, capaz de volar, sería materia informe, presta a disolverse en la tierra.

La tristeza, la conmiseración, se genera cuando miramos a los animales de tú a tú, como a individuos. Si logramos abstraernos y los contemplamos dentro de la cadena de pequeños acontecimientos que conforman el mundo, su muerte es sólo el paso que permitirá la vida de quienes vengan después, sean moscas, aves o mamíferos. Nuestra existencia es posible gracias a muchas muertes anteriores, que nos han alimentado y nos han dejado el espacio para crecer y desarrollarnos. Nosotros también moriremos. Y, por supuesto, no lo queremos. Lloraremos por nuestros seres queridos al sentir su ausencia, ese no-ser de aquél que había sido. La desaparición irremplazable.

Y si disfrutamos de un poco de tiempo, y conseguimos una vida larga y próspera, iremos viendo como nuestro entorno desaparece y nos deja como últimos relatores de un tiempo y unos amigos perdidos para siempre. Hasta que nosotros también nos disolvamos en la nada. ¿Triste? Puede ser si lo miramos de manera individual. Pero, dentro de la gran mecánica del mundo, nuestras pequeñas existencias no merecen la conmutación de la pena máxima. Desapareceremos y así dejaremos el paso libre a quienes tienen que substituirnos. Al igual que nosotros hicimos al llegar a este mundo. Mirado así, es, simplemente, un acto de justicia, de equidad.

Buenos días.

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