18.11.09

LA INMORTALIDAD


El último hombre disparando la última ametralladora no difería mucho del primero. A esas alturas de la guerra, nadie en Nueva York querría publicar una imagen de un simple soldado disparando una vulgar ametralladora. Pero el rostro del chico era amplio, limpio, muy joven, y él seguía matando fascistas. Yo salí al balcón y, desde metro y medio, enfoqué un primer plano de su cara. Presioné el obturador: mi primera foto en semanas y la última de ese chico con vida.”

En silencio, el tenso cuerpo del artillero se relajó y se desplomó sobre el suelo del apartamento. Su expresión no había cambiado, salvo por el pequeño agujero entre los ojos. El charco de sangre crecía bajo su cabeza y su pulso no tardó en detenerse”.

(...)

Tenía la imagen del último hombre en morir. El último día mueren alguno de los mejores. Pero los vivos olvidarán rápido”.

“Ligeramente desenfocado”. Robert Capa

Como él cuenta, Capa consiguió la imagen del que quizás fue el último hombre en morir en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. La famosa fotografía del artillero caído sobre el suelo del balcón, con un reguero de sangre que brilla al sol mientras se escurre hacia el interior de la estancia. Uno más de los chicos que desaparecieron en la guerra, uno más de los cuerpos que reposan bajo tierra y que, 60 años después, podemos contemplar gracias a los haluros de plata.

La fotografía siempre ha sido un método para la congelación de la realidad. La selección de un instante —apenas una centésima de segundo—, y su fijación en algo estático, inmutable, otorga a ese instante todo su valor. La fotografía fija imágenes como la literatura palabras. En ambos casos, con voluntad de trascender, con ese anhelo secreto que tenemos todos: No desaparecer. Al menos, no desaparecer por completo.

En la imagen, el vuelo ralentizado de un águila —que seguramente ya no existe—, planea sobre Israel Marco mientras interpreta los temas de su proyecto “Caballo”, el pasado viernes.

Buenos días.

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