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18.11.09

LA INMORTALIDAD


El último hombre disparando la última ametralladora no difería mucho del primero. A esas alturas de la guerra, nadie en Nueva York querría publicar una imagen de un simple soldado disparando una vulgar ametralladora. Pero el rostro del chico era amplio, limpio, muy joven, y él seguía matando fascistas. Yo salí al balcón y, desde metro y medio, enfoqué un primer plano de su cara. Presioné el obturador: mi primera foto en semanas y la última de ese chico con vida.”

En silencio, el tenso cuerpo del artillero se relajó y se desplomó sobre el suelo del apartamento. Su expresión no había cambiado, salvo por el pequeño agujero entre los ojos. El charco de sangre crecía bajo su cabeza y su pulso no tardó en detenerse”.

(...)

Tenía la imagen del último hombre en morir. El último día mueren alguno de los mejores. Pero los vivos olvidarán rápido”.

“Ligeramente desenfocado”. Robert Capa

Como él cuenta, Capa consiguió la imagen del que quizás fue el último hombre en morir en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. La famosa fotografía del artillero caído sobre el suelo del balcón, con un reguero de sangre que brilla al sol mientras se escurre hacia el interior de la estancia. Uno más de los chicos que desaparecieron en la guerra, uno más de los cuerpos que reposan bajo tierra y que, 60 años después, podemos contemplar gracias a los haluros de plata.

La fotografía siempre ha sido un método para la congelación de la realidad. La selección de un instante —apenas una centésima de segundo—, y su fijación en algo estático, inmutable, otorga a ese instante todo su valor. La fotografía fija imágenes como la literatura palabras. En ambos casos, con voluntad de trascender, con ese anhelo secreto que tenemos todos: No desaparecer. Al menos, no desaparecer por completo.

En la imagen, el vuelo ralentizado de un águila —que seguramente ya no existe—, planea sobre Israel Marco mientras interpreta los temas de su proyecto “Caballo”, el pasado viernes.

Buenos días.

16.11.09

TREMENDISMO


El día de la liberación de París fue el más inolvidable de la historia, y el séptimo día a partir de aquél fue el más triste. Se había terminado la comida, se había terminado el champaña, y las chicas habían vuelto a sus casas a contar la liberación. Las tiendas estaban cerradas, las calles desiertas y de pronto me di cuenta de que la guerra no había terminado. De hecho, continuaba a menos de veinticinco millas.

Ese séptimo día yo estaba sentado en el bar del hotel Scribe, el regalo que el ejército había hecho a los periodistas, e intentaba enseñarle a Gaston como preparar el trago más alegre y potente de todos: el Suffering Bastard. Mientras agitaba el zumo de tomate junto con el vodka y la salsa Worcestershire, yo tocaba a difuntos por el noble arte de la fotografía de guerra, que había expirado en las calles de París sólo seis días antes. No habría fotos de los muchachos como aquellas del desierto en el Norte de África o las montañas italianas; no habría otra invasión que sobrepasara a la de Normandía; nunca una liberación sería como la de París.

"Le dije a Gaston que volver al frente era un plan aburrido. Desde ese momento, no haría sino repetir las mismas fotografías una y otra vez. Todas las imágenes de soldados agazapados, de tanques arrolladores, de multitudes saludando enfervorecidas, todas serían hermanas menores de alguna otra foto ya hecha con anterioridad.

“Ligeramente desenfocado”, Robert Capa (1947)

Robert Capa escribió estas líneas hace 62 años. Ya entonces anunciaba el fin del fotoperiodismo. Estos últimos días he tenido ocasión de leer algunos comentarios en el mismo sentido, afirmando que todo ya está hecho, que los nuevos fotoperiodistas no son más que pálidas copias de sus maestros, que viven en un bucle, repitiendo de forma desangelada temas y encuadres vistos hasta la saciedad.

Nos pierde el tremendismo.

Genios hay bien pocos, aunque la palabra se suela regalar. Ellos son los responsables de abrir nuestros caminos. Para el resto de los mortales, es suficiente con ser sincero a uno mismo y hacer lo que sientas que debes hacer. Si alguien lo ha hecho antes y mejor que tú, bien por él.

Que no nos pese sobre los hombros el peso de la tradición. No la ignoremos pero tampoco la respetemos en exceso.

En la imagen, Israel Marco, integrante del dúo Cuchillo, presentado su nuevo proyecto en solitario, Caballo, en la sala Miscelánea. Parece que tenga una fijación por las palabras trisilábicas, llanas y comenzadas por “C”.

Disfruté de su música casi incorpórea, ingrávida, acompañada de unas imágenes ralentizadas que se acoplaban perfectamente a su ritmo moroso.

Fue un buen inicio de fin de semana.

Pero hoy es lunes. A pesar de ello, disfruten del día.