19.11.09

CUANDO EL DESTINO NOS ALCANZA


De nuevo en la carretera, me di cuenta de que esta guerra empezaba a no gustarme. La vida de un corresponsal bélico no era tan romántica. Condujimos durante horas por una carretera lenta y plagada de baches que cruzaba el desierto vacío. No vimos un alma, amiga o enemiga. Todo lo que encontramos fueron unos cuantos montones de material inútil abandonado por los alemanes.”

Sentí en cierto momento una urgencia, y detuve el jeep. Sin embargo, tras la experiencia del día anterior, no me resultaba muy apetecible visitar el baño de una institución cultural musulmana. Definitivamente, no había muchas chicas por los alrededores, y yo no quería alejarme demasiado del jeep con la vista aún borrosa. Divisé un acogedor macizo de cactus a unos metros de la carretera, así que corrí hacia él.

Mi cactus africano no tenía nada de malo, salvo un pequeño letrero que parecía crecer a su sombra conforme me iba acercando. El letrero crecía rápido, y me dejó unos ojos como platos. Estaba en alemán, pero era fácil de entender. A través de las gafas de sol leí: «Achtung! Minen!».

No salté, no moví un músculo. No me atrevía a hacer nada. Tenía unas enormes ganas encima, pero sabía que no hacía mucho para hacer saltar una mina. Di cuenta de mi apuro al conductor, a gritos. Le expliqué que me encontraba en mitad de un campo de minas. La situación parecía hacerle gracia, pero, ciertamente, yo no le veía la gracia por ningún lado. No me atrevía a deshacer mis pasos; era posible que hubiera pisado ya alguna mina y que ésta pudiera cambiar de opinión ante un segundo paso en falso. Pedí al conductor con insistencia que trajera a alguien con un detector de metales.

Me habían cogido con los pantalones bajados. Ahí estaba yo, encarando a la muerte en un desierto solitario, vacío y silencioso, tieso como un clavo sobre la arena, detrás de un estúpido cactus. No habría diario que quisiera publicar mi obituario.

Horas más tarde, apareció de nuevo mi conductor con un pelotón de zapadores y un fotógrafo de Life, que se dedicó a hacer fotos mientras los zapadores limpiaban el terreno a mi alrededor. Me contó que se habían detenido los ataques y que, así las cosas, las suyas iban a ser sin duda las fotos más interesantes del día.

“Ligeramente desenfocado”, Robert Capa

El incidente que se saldó sin consecuencias y que Capa explica en su libro, ocurrió en Argelia, en 1943. La ironía —terrible ironía— es que el fotógrafo falleció 11 años después, tras pisar una mina, esta vez en Vietnam. En esta ocasión, era Capa el fotógrafo que cubría el conflicto para la revista Life.

Curiosas las casualidades de la vida, como si el destino quisiera hacerle pagar por su crónica mundana sobre el incidente de la mina, como si ese demiurgo invisible hubiera decidido ya la forma en que Capa debía morir y se afanase en ello.

¿Más casualidades? El viernes descubrí a Meritxell en la pose que ven hoy y le rogué que no se moviera mientras le sacaba la fotografía. Revisando esta mañana las tapas del libro de Capa, he descubierto que el fotógrafo posaba de igual manera para el famoso retrato que le hizo Ruth Orkin. La diferencia es que ella lo fotografío de frente mientras que yo capté a Meritxell de perfil. Ese triángulo equilátero que forma su cuerpo me fascinó.

Los gestos se repiten, los protagonistas cambian. El mundo sigue su curso.

Buenos días.

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