29.5.09

PRIMAVERA SOUND 2009 (I): LOVELESS


Ya pasado el primer día oficial de festival, que augura masificación durante el fin de semana, les podría hablar del buen sabor dejado por algunos grupos patrios, como Veracruz y Cuzo, de las inmensas colas que se formaron ante las nuevas máquinas expendedoras de bebidas y que —¡glups!— han de ser las que nos extiendan los tickets para acceder al cotizado auditorio, de la invasión del festival por parte de extranjeros, de las enormes caminatas para llegar al escenario Ray-Ban Vice, que quedarán grabadas a fuego en nuestra memoria y en nuestras piernas ...

Pero en vez de hablar de todo eso, me centraré en el plato fuerte del primer día, My Bloody Valentine. Concretamente, en cómo un desafortunado manager puede complicar lo que en apariencia es bien sencillo y conseguir, gracias a su intervención, lo contrario de lo que pretende.

Me explicaré. Algunos de los grupos son tan celosos de su imagen que obligan a los fotógrafos que cubren los festivales a firmar un contrato para fiscalizar la distribución de sus imágenes. Este tipo de requisitos no deja de ser enternecedor —por su ingenuidad— en tiempos de la popularización de la fotografía digital. Vamos, es como poner puertas al campo. Aun así, algunos grupos continúan intentándolo. Normalmente son extranjeros y te obligan a firmar un contrato en inglés, con lo cual puedes aducir indefensión. Algunos compañeros fotógrafos han llegado a firmar con nombres tan inocentes como Felipe González o Ratón Mickey, por ejemplo, a ver si así les piden cuentas a tan insignes personajes. Un boicot legítimo cuando algunas de las cláusulas firmadas son delirantes y quieren controlar los derechos de reproducción no ya en el mundo mundial, sino en todo el universo (no exagero, les aseguro que he firmado un contrato cuyo ámbito de control era el universo, así, sin problemas).

Bueno, pues en el caso de My Bloody Valentine, el manager decidió que iba a fiscalizar la actividad de los fotógrafos. Y se supo del requisito cuando la mayoría de fotógrafos ya se habían acreditado. Total, llega la hora del concierto, multitud de fotógrafos haciendo cola religiosamente para acceder al foso y a la entrada nos informan de que no se puede entrar si no se ha firmado el contrato. No hay posibilidad de hacerlo in situ o después.

—Sin contrato no se entra.

Al parecer, sólo cinco fotógrafos habían sido informados, supongo que los de la organización y de algún medio inglés.

Ante tal despropósito, uno puede optar por blasfemar, lamentarse o hacer algo. Opté por la tercera opción. A pesar de la marea humana que esperaba expectante, conseguí llegar hasta primera fila, pidiendo paso educadamente. Al final, estaba en una situación inmejorable para tomar fotos sin las restricciones a las que te pretende obligar un contrato. Es decir, que por querer controlar en demasía, al manager le había salido el tiro por la culata. Y como muestra, una de las fotos del concierto de ayer.

—Sin contrato no hay restricciones.

Uno de los compañeros periodistas con los que me encuentro desde hace años bromeaba sobre mi aspecto poco antes del concierto. “Parece que vayas a la guerra”, me decía entre sonrisas. “Es que voy”, respondí. No me imaginaba cuán proféticas eran mis palabras.

Buenos días.

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