6.3.09

LO QUE SOMOS (Y LO QUE QUERRÍAMOS CREER)


Esperaba en medio de la calle, estirado cuan largo era. Sus ojos, apenas visibles entre el pelaje, brillaban por la tristeza. Ni se inmutó cuando me acerqué para fotografiarlo. Sólo miraba fijamente al interior del colmado, donde sus dueños se habían olvidado momentáneamente de él mientras compraban comida.

Tras unos breves minutos en los que se me partía el corazón viendo su tristeza, seguí mi camino. Me consolé pensando en que quizás al mismo tiempo que le estaba dando la espalda, sus dueños podían estar saliendo del comercio y él escenificaría la consabida ceremonia de la alegría: el salto para ponerse en pie y ese oscilar acelerado de la cola que afirma su felicidad.

Recuerdo haber leído que los perros que ejercen de mascotas pretenden ser los dueños de la familia. Por eso tienden a desobedecer, a querer imponer sus decisiones. Pensaba, mientras caminaba, que los perros querrían creer que son los amos, pero saben que es una vana ilusión. De otro modo no se entiende esa tristeza enorme y, a pesar de ella, esa inmovilidad obediente. Hay una disociación entre lo que quisieran creer y lo que se saben.

Esta tensión aumenta, todavía más, en los fatuos reinos de la creación, en los que se da una especial querencia por demostrarnos lo importantes que somos. Son los reinos de la inestabilidad, de la superficialidad y, muchas veces, de la huída hacia delante. Cuántas veces he asistido a afirmaciones categóricas que intentan enmascarar ese miedo que domina al autor, que quizás se sabe menos creador de lo que aparenta. ¿Se acuerdan de aquella película en la que Robert Redford era un candidato presidencial prefabricado y, a pesar de su nimiedad, ganaba las elecciones? Si mi memoria no me falla, la película finalizaba con un “¿Y ahora qué hago?”.

Por mi parte, esperaré a que ustedes aparezcan por esta página para así poder escenificar la consabida ceremonia de la alegría.

Buen fin de semana.

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