16.3.09

EL SELLO DEL PSICÓPATA


A estas horas está comenzando el juicio a Josef Fritzl, el jubilado austriaco que retuvo durante años y violó continuamente a su propia hija. Los cargos a los que se enfrenta Fritzl son asesinato, esclavitud, violación, privación de libertad, coacción e incesto. El caso ha tenido una gran repercusión internacional y a buen seguro que veremos hasta la saciedad informaciones que nos contarán hasta la última coma de sus vicisitudes, así que no me voy a alargar más e iré a donde quiero llegar.

La opinión pública se solaza con casos como el anterior porque nos gusta anatemizar al monstruo. Poder señalar con el dedo al psicópata nos sitúa, automáticamente, en el lugar de los buenos. Todavía me acuerdo de la polémica que se generó en el estreno de la película “El hundimiento”, que relataba los últimos días de Hitler. Según sus críticos, se presentaba al “monstruo” de forma “demasiado humana”. Siempre me hizo sonreír ese comentario, tan ingenuo que debería haber avergonzado a quienes lo pronunciaron. Los psicópatas no llevan un estigma en la cara que los diferencie. Aparentemente, son como nosotros. Y son humanos, sin duda, aunque no sean buenos para sus congéneres. La solución no estriba en categorizarlos, estigmatizarlos y respirar tranquilos, sino en descubrirlos.

Al psicópata no se le descubre porque suelte espumarajos por la boca sino por cómo trata a sus semejantes, sobre todo, en una situación de poder, ya sea esta situación fruto de un secuestro —en el caso de Fritzl— o del escalafón que ostenta dentro del sistema. Este fin de semana he leído cómo las conductas de Madoff —ese gran estafador de guante blanco— son totalmente asumibles a las de un psicópata. Narcisismo, capacidad de seducción, amoralidad y cosificación del otro son algunas de sus características. También acostumbra a tener una relación de competitividad no superada con su padre.

Lo que más me fascina es la cosificación del otro. Tratar a un semejante como un objeto al que mover en la dirección que el psicópata quiere, sin ninguna empatía hacia él, sin ninguna duda a la hora de hacerle daño si eso satisface los intereses del psicópata.

Les contaré un pensamiento que me asalta a menudo. Cuando trato con una persona, pienso cómo se comportaría en caso de que tuviera un poder absoluto y que nadie le hiciera rendir cuentas de sus acciones. Pienso en casos extremos, por ejemplo en una guerra, o si estuviera al cargo de un campo de concentración. ¿Renunciaría a su puesto? ¿Continuaría al cargo pero intentando insuflar algo de humanidad en un sistema enfermo? ¿O disfrutaría de su poder para destruir personas e incrementar la dosis de inhumanidad que ya existía?

Nuestra sociedad apoya al psicópata. Esos valores de competitividad, utilitarismo del otro y amoralidad son la base del sistema capitalista. Nuestra sociedad es psicópata. Pero siempre podremos señalar con el dedo a Josef Fritzl.

Buenos días.

1 comment:

Joho said...

Lapidario, sin más. Y cuanta razón.