18.4.13

Lluís Bassets: “Los contenidos periodísticos tienen ahora el valor de los activos tóxicos”


Lluís Bassets, durante su intervención en el Col·legi de Periodistes.
 ¿Está desapareciendo la profesión de periodista? ¿Tienen sentido los medios de comunicación y las organizaciones que los controlan con la llegada de la comunicación digital? ¿Cuál es el camino de los periodistas ante este entorno de cambio? A estas y otras preguntas ha intentado dar respuesta Lluís Bassets, periodista y director adjunto del diario El País, en una master class (lo que, antes de la utilización meliflua del inglés como idioma de prestigio, vendría a ser una clase magistral), celebrada esta mañana en la sede del Col·legi de Periodistes de Barcelona.

Bassets ha iniciado su presentación con un análisis de la situación actual en el sector de la comunicación, que ha definido como una triple crisis: Económica, tecnológica y social y geopolítica.

En su aspecto económico, es la consecuencia de un proceso de desregulación, de falta de gobernanza (ni siquiera los estados tienen poder de decisión) que se inició con la llegada de Thatcher y que ha producido un crecimiento de la economía mediante la deslocalización de los puestos de trabajo.

En su apartado técnico, la crisis obedece a la digitalización de los procesos, que los abarata.

Finalmente, la crisis geopolítica se debe a la nueva preeminencia de India y China, que vuelven a ser dos polos fundamentales de la economía planetaria, como ya lo habían sido hace cientos de años. En este sentido, Bassets ha llamado a relativizar el eurocentrismo y a considerar estas potencias como países “reemergentes” y no “emergentes”, como se hace habitualmente.

Las repercusiones de la recesión económica en los medios son la disminución de los ingresos, tanto por venta de ejemplares como por publicidad. Parte de esta disminución de los ingresos publicitarios la ha achacado a Google, que ha definido como “una especie de vampiro que se queda todos los pequeños anuncios”. En cuanto a los hábitos de consumo, Internet ha traído aparejada la cultura del consumo gratuito de la información.

Los cambios tecnológicos que se habían producido anteriormente mejoraban la competitividad de los medios. Sin embargo, para Bassets, la crisis tecnológica actual no es acumulativa sino que es disruptiva, destruye los medios y soportes anteriores. Así pues, las empresas de comunicación se encuentran ante una disyuntiva insalvable, un contrasentido: todo lo que invierten en presencia en la red afecta negativamente a su negocio actual, que sigue siendo el papel. Por el contrario, todo lo que se invierte en papel merma recursos para apostar en el nuevo entorno digital. Bassets ha querido destacar que el problema no se reduce a “papel sí, papel no”, sino que se da una crisis en el modelo de industria. El tradicional se ha arruinado y no parece haber uno alternativo. “Es como si, mientras se hunde nuestra nave, intentáramos achicar el agua y, al mismo tiempo, construir una nave nueva”, ha afirmado.

Bassets ha definido los diarios como “un producto sofisticado de la sociedad imperial” que, con el cambio de modelo social, están condenados.

El cambio social y de los hábitos informativos también comportará, para él, un cambio en la organización de los medios. Tradicionalmente el periodismo realizaba un corte en el tiempo (sea diario o semanal) y ordenaba en función de las noticias. Ello comportaba unas organizaciones muy jerarquizadas:

El periodismo era la fantasía de que cada cierto tiempo podíamos construir una especie de mapa que explicaba el mundo. Todos estos conceptos comienzan a desvanecerse. El cambio es de fondo, no sólo un problema de rapidez. Al periodista se le está exigiendo publicar la noticia antes de que exista, antes de que sea comprobada. La misma idea de noticia está muy erosionada. Lo que mueve a los medios ahora es la demanda, no la oferta, es la lógica digital. El periodista vale los seguidores que tiene en twitter, el número de comentarios en su blog, la corrosión se produce en el centro del oficio”.

De cara al futuro, Bassets afirma que nadie organizará el modelo de negocio, ni las empresas tradicionales ni las creadas gracias a las nuevas tecnologías. Sólo el periodista puede poner en valor su trabajo:

La calidad es lo único que nos salvará, y no es un paso fácil. Los contenidos periodísticos tienen ahora la valoración de los activos tóxicos. Hemos de conseguir que recuperen su valor, que el público esté dispuesto a pagar por ellos. Los periodistas nos hemos de reinventar como autoempresarios. En las crisis es el momento de las grandes oportunidades”.

Bassets también ha explicado el cambio en el punto de vista del relato periodístico que han propiciado las nuevas tecnologías:

Se está valorando mucho la desaparición de un elemento clásico en el periodismo que era la retórica de la invisibilidad. Hemos de realizar un periodismo de voz clara, individual, personal. Hemos de pasar de las marcas corporativas a la marca individual”.

18.3.13

ANTE LA MUERTE DE JASON MOLINA

 


Jason Molina ha muerto con 39 años. Quizás el alcohol pudo con él. Quizás ahogaba con él aquello que no le gustaba de su vida. Poco importa ya. Cuando alguien fallece con 39 años es un gran drama, porque la muerte le priva de desarrollar sus potencialidades, de disfrutar de su capacidad para hacer a los otros un poco más felices, de colaborar para que el mundo sea algo mejor.

Ha muerto Jason Molina, el corazón quizás roto de infelicidad. No lo sé. Pero estoy convencido de que, en el año 2009, mientras interpretaba su repertorio junto a Magnolia Electric Co. en su actuación del Primavera Sound, era feliz.

Observo sus ojos cerrados, esa sonrisa plácida y, aun lamentando su temprana muerte, me reconforta pensar que él también pudo disfrutar de esos escasos momentos que iluminan nuestro entorno, que compensan el peso de los días, que  llegan a justificar nuestra existencia.

Miro a Jason Molina y sonrío con él, agradecido. Su mente, su ser permanecen con nosotros mientras suene una de sus canciones.

Quizás su música sea aquello eterno que algunos llaman alma.

12.3.13

A veces, la suerte


A veces, la suerte te acompaña. Asistes a un concierto y, sin saber por qué, comienzas a grabar en cuanto los músicos suben al escenario. ¿Qué hace tomar esa decisión? ¿Es quizás el fondo de saxo generado electrónicamente? ¿La tensión creciente que hace prever el clímax que se aproxima? A veces, simplemente no sabes qué mecanismo en tu interior te impele a ello.

Cuando Llibert Fortuny, Martin Leiton y Ferenc Nemeth comenzaron a tocar sus instrumentos, pulsé el botón de grabación de vídeo. Y, mientras contemplaba, a través de la pequeña pantalla digital, cómo conquistaban espacios de libertad con su música y apreciaba la fuerza que se desprendía de sus interpretaciones, sabía que estaba captando el momento, ese instante en que las notas creadas por tres músicos crecen y se enlazan para formar algo más grande que la suma de sus capacidades, un torbellino de tensión que explotaba en oleadas de fiera felicidad, de descubrimientos insospechados, de conjunciones sorprendentes. Por unos instantes fui consciente de que el resultado que estaba escuchando pagaba con creces todas las horas de esfuerzo y sacrificio que los tres músicos habían dedicado a su mejora profesional.

Me sonreí pensando que esa materia evanescente, la música que golpeaba las bóvedas de piedra del Jamboree y se desvanecía tan rápidamente como había llegado, se estaba almacenando en un pequeño dispositivo electrónico que me permitiría revivir momentos e intensidades.

Hoy comparto con vosotros esos primeros veinte minutos catárticos, inmensos, del principio del concierto. En mi recuerdo, el resto de la actuación no llegó a tales cotas de emoción, pero no se pueden pedir imposibles, cuando la mayor parte de las actuaciones no llegan, en ningún momento, a las cumbres que culminaron esta tríada de músicos.

Veinte minutos y el sensor recalentado de mi cámara se apagó al no poder resistir por más tiempo la temperatura. Sus sistemas de seguridad dictaron cuándo finalizaba la pervivencia de esa sesión y cuándo la música volvió a convertirse en material volátil, en recuerdo inconcreto que flotó por el Jamboree sólo durante la What The Fuck Jam Session. Mágico. Etéreo. Inaprehensible.