28.1.09

HILARIDAD


Para resarcirles de actualizaciones siniestras, hoy publico una que anima al optimismo, por lo menos visualmente, ya verán que, con el texto, vuelvo al redil.

Hay veces que se producen esas explosiones de hilaridad en medio de una sesión de fotos. Es entonces cuando dejo de concentrarme en conseguir lo que buscaba e intento captar lo que encuentro. Miro la imagen y me cuesta mucho no sonreír. Es una de las propiedades de la fotografía. Te puede alterar el ánimo, en este caso para bien. Pero, como ser cenizo es una condición recurrente en mí —y no digan que no les había avisado—, las trompetas del Apocalipsis vuelven a llamarme.

¿Hablamos de la crisis? Sí, acepto que mucho se ha dicho ya, pero yo no quiero centrarme en ella, sino en cómo está afectando nuestra conducta. Al igual que en la república de Weimar, tengo la sensación de que todos nos vemos en un trasatlántico que se hunde y dedicamos nuestros últimos momentos de vida a bailar al ritmo de la orquesta y a embriagarnos de champán. No critico esa actitud. Es más, si lo pienso detenidamente, quizás sea correcta esa inconsciencia. Llámenlo mecanismo de autoprotección si quieren. En mi caso, me divido entre las pulsiones hedonistas y el intento por racionalizar y entender el entorno que me toca vivir.

Pero ahora vuelvo a mirar la fotografía.

Y sonrío.

Buenos días.

Maquillaje y peluquería: Meritxell Seva


Modelo: Mònica

27.1.09

DE LOS CABELLOS COMO GENERADORES DE INQUIETUD


El cabello es un recurso que genera inquietud. Su dualidad de elemento laxo, pero vivo; con movimiento, pero pasivo, ha sido utilizada en multitud de películas y nos ha ofrecido imágenes imborrables. Desde el recogido en la nuca que otorgaba apariencia de vida al cadáver de la madre de Norman Bates en “Psicosis”, a los cabellos de la mujer muerta que se ondeaban siguiendo las corrientes del agua en “La noche del cazador”, entre muchas otras. Los cineastas orientales han llevado este recurso hasta las últimas consecuencias. Véase las películas de Hideo Nakata, como “The ring” o “Dark Water”. Parece que algo del mito de medusa siempre subyazga en nuestro imaginario colectivo.

No es de extrañar pues, que esta mañana, tras ducharme y a pesar de las urgencias de última hora para ir a trabajar, me parase un momento a contemplar esa melena que caía en cascada desde el colgador de las toallas. Ya saben, morboso que es uno.

Buenos días.

26.1.09

TANATOPLASTIA


El viernes, durante una cena, coincidí con un estudiante de tanatoplastia la actividad que intenta mostrar a los muertos como si estuvieran vivos con el fin de reconfortar a sus familiares en el funeral—. Devoto confeso de “A dos metros bajo tierra” y de las similitudes y diferencias entre vida y muerte, convertí el encuentro casual en interrogatorio. Y creo que preguntas y respuestas provocaron algún que otro sobresalto en la digestión de otros comensales. Lo lamento, pero no podía desaprovechar la oportunidad de conocer una actividad que acostumbra a estar velada por el más absoluto secreto.


Así me enteré de cómo taponan con algodones a presión los orificios nasales y la traquea para evitar que algún líquido generado por la putrefacción aparezca en el momento más inoportuno; o de cómo evacúan, con una bomba de succión, los gases y fluidos que hinchan las barrigas de los cadáveres. También me explicó cómo rompen la parte trasera de los pantalones y de las americanas de los trajes para poderlos colocar sobre el muerto sin tenerlo que mover. Después sólo hay que ocultar los tejidos rotos bajo el cuerpo para que parezca que esté vestido convenientemente. Alguno de los asistentes se mostró sorprendido de que se tratase con tan poco respecto a los cuerpos y pertenencias de los fallecidos. Y fue en el momento en el que el tanatoplástico se sonrío: “Eso no es nada —explicó— algunos se han hecho sus necesidades encima y se van así a la tumba; mientras no los muevas, no notas el olor”. Y lo explicaba excitado, seguramente por la tensión que produce la manipulación de la mercancía con la que trabaja. Yo me imaginaba a esos pobres muertos como la perfecta definición de la humanidad. Aparentemente preparados, pero vestidos sólo con jirones y heces.


La fotografía, tomada ayer domingo por la noche. O cómo una cabeza de maniquí utilizada para prácticas de peluquería puede convertirse en objeto de atención morbosa.