31.1.12
LAS PREGUNTAS DE JONATHAN COE
Las preguntas las emite Jonathan Coe en una entrevista con Kiko Amat, publicada hoy en Público. Pertinentes cuestiones. Aquellos que dedicamos nuestro tiempo a cualquier oficio, profesión (o como quieran llamarla) que absorbe nuestra energía, que consume nuestra atención ¿estamos quizás poniendo una cortina de humo ante una realidad con la que no queremos comprometernos? ¿Son nuestras realizaciones las máscaras que evitan el encuentro? ¿Nuestra inadaptación ante la realidad explicaría hasta qué punto los perfiles de personas que se dedican a estos oficios, profesiones (o como quieran llamarlo) suelen coincidir con lo que la sociedad definiría como inadaptados? Y no nos olvidemos de preguntarnos ¿qué es el mundo real? ¿Aquél que incluye un trabajo que no nos realiza, en el que nos mantenemos, si es que no nos echan, gracias el conformismo que nos ase al destino que nosotros mismos hemos elegido? ¿Es ese el mundo real con el que no queremos comprometernos?
He recuperado una fotografía que le hice a Jonathan Coe hace ¡seis años! Veo que sigue casi igual más de un lustro después. Hace más de un lustro me prometí leer algo de este hombre amable y de mirada profunda y todavía no lo he cumplido. Creo que va siendo hora de enmendar el error.
26.1.09
TANATOPLASTIA
El viernes, durante una cena, coincidí con un estudiante de tanatoplastia —la actividad que intenta mostrar a los muertos como si estuvieran vivos con el fin de reconfortar a sus familiares en el funeral—. Devoto confeso de “A dos metros bajo tierra” y de las similitudes y diferencias entre vida y muerte, convertí el encuentro casual en interrogatorio. Y creo que preguntas y respuestas provocaron algún que otro sobresalto en la digestión de otros comensales. Lo lamento, pero no podía desaprovechar la oportunidad de conocer una actividad que acostumbra a estar velada por el más absoluto secreto.
Así me enteré de cómo taponan con algodones a presión los orificios nasales y la traquea para evitar que algún líquido generado por la putrefacción aparezca en el momento más inoportuno; o de cómo evacúan, con una bomba de succión, los gases y fluidos que hinchan las barrigas de los cadáveres. También me explicó cómo rompen la parte trasera de los pantalones y de las americanas de los trajes para poderlos colocar sobre el muerto sin tenerlo que mover. Después sólo hay que ocultar los tejidos rotos bajo el cuerpo para que parezca que esté vestido convenientemente. Alguno de los asistentes se mostró sorprendido de que se tratase con tan poco respecto a los cuerpos y pertenencias de los fallecidos. Y fue en el momento en el que el tanatoplástico se sonrío: “Eso no es nada —explicó— algunos se han hecho sus necesidades encima y se van así a la tumba; mientras no los muevas, no notas el olor”. Y lo explicaba excitado, seguramente por la tensión que produce la manipulación de la mercancía con la que trabaja. Yo me imaginaba a esos pobres muertos como la perfecta definición de la humanidad. Aparentemente preparados, pero vestidos sólo con jirones y heces.
La fotografía, tomada ayer domingo por la noche. O cómo una cabeza de maniquí utilizada para prácticas de peluquería puede convertirse en objeto de atención morbosa.

