
Una revista especializada en literatura, es decir cuya materia prima son los autores, publica una foto mía y no la acredita. No es sorprendente, cuando diarios que se dicen de referencia, como El País, también lo han hecho repetidamente sin el más mínimo atisbo de duda. Otros publican cualquier material que no les pertenezca bajo el epígrafe “Archivo”, como si lo hubiesen rescatado de algún polvoriento trastero y fuera imposible conocer el nombre de su autor, traspapelado en el limbo de los tiempos.
El corporativismo tiene esas cosas. Intenta minimizar lo que él no produzca, aunque no tenga reparos en nutrirse de ello. Pero el problema no se queda ahí. Un periodista musical responde ante un comentario sobre un disco, opinión que él interpreta como negativa con un “escuchar un disco no es como hacer fotos, como hacer ‘clic”. Evidentemente, le respondo que hacer fotos no se limita a ese ‘clic’.
Hay oficios respetados y otros que no lo son. Cuando empezaba la fotografía, los artesanos que trasteaban con las antiguas cámaras eran mirados como pequeños magos que inmortalizaban momentos. Líquidos, emulsiones, cuartos oscuros… Algo de magia había en todo ello, sin duda. Y las fotos. ¡Ah, las fotos! Vistas todavía hoy dan muchas de ellas sopas con hondas a la producción actual. Una magia que se ha evaporado.
No me lamento por la gloria perdida per se. Me lamento porque me parece injusto que se minusvalore de forma tan sistemática un oficio que implica una cierta forma de mirar, de ver —y explicar— el mundo. Vivimos en tiempos audiovisuales. La fotografía se ha democratizado todavía más, aunque —y me parece muy importante resaltarlo— no ha mejorado su nivel. Es decir, puede haber una base muy amplia de amantes de la fotografía, pero pocos son los que destacan entre ese piélago de imágenes mediocres que nos envuelve. Lo he dicho en otras ocasiones y en otros foros pero nadie parece querer escucharlo. El problema no es la democratización de la fotografía —que yo afirmo que ya existía en tiempos de la película, simplemente se ha acelerado— y que me parece estupenda. El drama estriba en que en muchos medios no exista esa figura, el editor gráfico, capaz de separar el grano de la paja. Y también he de reconocer que los fotógrafos somos parte de ese problema al ser los primeros que no nos tomamos a nosotros mismos en serio.
En la foto, los Keane, otros juguetes rotos. Un día, estrellas mundiales; el siguiente, monos de repetición que estiran la mano como intentando volver a alcanzar ese efímero momento de gloria.
Buenos días.
