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4.9.15

Pixelar la tragedia



Publicado por Euronews:

This isn't a drowned refugee boy, it's Aylan Kurdi, 3. (We've blurred the picture, because you wouldn't want people staring at someone from your family). And he's not an emblem for the tragedy of the immigration crisis, he's the son of Abdullah Kurdi. And it is important that we remember that what we keep hearing about in the news isn't a surge or a flood of refugees, it's a lot of individual human beings, with names and stories and feelings.

Contemplo con estupor la publicación de Euronews que pixela la fotografía del cuerpo sin vida de Aylan Kurdi, la tristemente famosa imagen que ha personificado la tragedia del pueblo sirio ante la inacción culpable e hipócrita de Europa.

Leo que Euronews pixela la imagen porque ninguno de nosotros querría que se mostrará el cadáver de una persona de nuestra familia en los medios de comunicación. Asisto atónito a esa afirmación paternalista que considera que sabe qué es lo que quiero y lo que no quiero. Y, aparte de la incredulidad, me asaltan numerosas preguntas:

¿Tendría Euronews los mismos escrúpulos si en vez de un niño bien vestido con apariencia occidental el cadáver perteneciera a un africano?

¿Deformaría el cadáver con píxeles si la muerte del niño no implicara a ese organismo supranacional conocido como Europa?

¿Tiene sentido el fotoperiodismo si no puede mostrar las consecuencias de guerras, conflictos, fronteras? ¿Visa Pour L’Image tendría que pixelar las imágenes que muestra?

¿Existe alguna intencionalidad política en que no veamos esas imágenes? ¿La enmascara Euronews bajo la supuesta protección de la imagen y del respeto a las familias?

Por cierto, Euronews, si un hijo mío muriera a causa de una guerra, querría que todo el mundo lo viera para que tomara conciencia de lo que está pasando. En el mismo sentido ya se han manifestado refugiados sirios. No necesito de tu paternalismo. Y, seguramente, la familia de Aylan Kurdi tampoco.

31.8.13

LA TENDENCIA HACIA EL EXCESO EN LA FOTOGRAFÍA DE CONCIERTOS


 

A menudo digo que hay dos tipos de fotógrafos de conciertos: los de gran angular y los de teleobjetivo.

Para los que no estén familiarizados con las ópticas, explicaré que los grandes angulares, y aun más los ojos de pez, que son angulares extremos, captan amplios espacios y los comprimen para que quepan en el encuadre. Por lo tanto, se producen distorsiones en la representación, como rectas que se tornan curvas o grandes diferencias de tamaño entre los elementos situados en primer plano y los más alejados de la cámara, que se empequeñecen. El resultado es exagerado, como si se viera la realidad a través de una esfera de cristal (de hecho los grandes angulares no son muy diferentes a esferas). La imagen resultante presenta un enorme espacio deformado en el que se ve todo el escenario y, a veces, hasta las luces colgadas a decenas de metros. Estamos ante el exceso, la espectacularización gratuita del evento mediante la deformación.

Quienes estén interesados en la fotografía de conciertos, habrán observado recientemente la repetición de este tipo de imágenes clónicas, como las realizadas tras el público en las que se aprecia, en primer término y a gran tamaño, las nucas de las espectadores y allá, en el fondo, apenas perceptibles, los artistas que, se supone, son el elemento noticioso. De hecho, he contemplado fotografías en las que es imposible detectar quién está sobre el escenario a menos que se indique en el pie de foto. Para mí, eso es la antifotografía. La fotografía debe ser autoexplicativa. Si necesita de un texto para saber qué es, no sirve. Pero muchos fotógrafos prefieren sucumbir a explicar qué está pasando a cambio de una aparente espectacularidad. El triunfo de la superficialidad sobre la esencia. En palabras de Cartier-Bresson, “gritan porque no tienen nada que explicar”.

Como podrán imaginarse, defiendo a la segunda clase de fotógrafos, aquellos que utilizan teleobjetivos (o, si el concierto es más pequeño, focales normales). Y, como es lógico, me cuento entre ellos. Para mi, la utilización de focales largas persigue capturar la esencia del gesto, del momento, de la interpretación, que identifica a ese músico y lo define, diferenciandolo del resto. Es una búsqueda de la esencia, es una persecución que a veces se torna infructuosa, mucho más difícil que el disparo con gran angular, porque el teleobjetivo obliga a seguir al intérprete constantemente para evitar que se salga de tu campo de visión. El resultado también es mucho menos inmediato y espectacular. No hay deformaciones evidentes del espacio, no se da esa amalgama superlativa de personas y luces. A cambio, puedes conseguir la esencia del músico, la verdad de su interpretación.

Por desgracia, y como iniciaba mi texto, parece que la tendencia general es a perderse en la espectacularidad, a aceptar la superficialidad y no la esencia, a buscar la repetición constante de la misma imagen, en la que lo único que cambia es el pie de foto. Esta tendencia no deja de ser consecuente con nuestro mundo, en el que, cuanto menos tenemos por decir, más gritamos.

11.9.12

VISA EN CAÍDA LIBRE


Los plafones del espacio World Press Photo permiten mixtificaciones como ésta.


Mucho se habla de la decadencia del fotoperiodismo. De cómo esta pasión no tiene cauces para darse a conocer. De la imposibilidad para dedicar los recursos necesarios que permitan abordar temas con la suficiente profundidad.  Pero si el fotoperiodismo está amenazado y, supuestamente, cada vez hay menos soportes que permitan la transmisión de esas imágenes necesarias, más importancia cobran los pocos altavoces que mantienen el interés por esta disciplina. Uno de ellos, y de los más reconocidos, es el festival Visa pour l’Image, que convierte por unos días los desvencijados espacios culturales de Perpignan en salas de exposición.
La responsabilidad del Visa es, por lo tanto, fundamental e ineludible. Pretende ser la correa de transmisión de los reportajes más meritorios que se han hecho últimamente. Es la voz de los sin-voz, los fotoperiodistas. Esos apestados por las políticas de los grandes conglomerados de contenidos, que no de información. Y, vistos los resultados, sólo hay dos opciones. O el nivel actual del fotoperiodismo es mediocre (a lo sumo), o lo que es mediocre son los criterios de selección del festival. Y apuesto por la segunda opción. En Internet se pueden contemplar reportajes mucho más profundos, originales y fotográficamente trascendentes que los que presenta el que se define como festival internacional del fotoperiodismo.
El Visa pour l’Image está fosilizado, no es fiel a su función. No puede escudarse, como hace su director, Jean François LeRoy, tras una mueca sarcástica y afirmar que Instagram no te hace fotoperiodista. Ser fotoperiodista tampoco es irse a África para mostrar un reguero de sangre. Es irse a África (o a Barcelona) y lograr fotografías que transmitan información, cuenten una historia y ofrezcan una visión profunda de la realidad que el periodista de la imagen está observando.
Reformulo algunos comentarios míos a la edición del año anterior que casan como un guante en la presente:
1. El eterno retorno
Desde hace años, el viajero que acude a la muestra tiene una cierta sensación como de eterno retorno, de presenciar imágenes ya vistas. Se echa de menos una mayor valentía por parte de los organizadores para seleccionar otras miradas, otras formas de contar. Cada año que pasa siento que el Visa necesita reinventarse.

2. Los criterios de selección
¿Qué prima en los criterios de selección del Visa? ¿El fondo o la forma? Se muestran imágenes porque presentan dramas humanos o porque su mirada fotográfica es buena? ¿Un buen fotorreportaje no es la unión de ambos aspectos? ¿No tendría que primar este festival precisamente aquellos reportajes que expliquen qué es el mundo a través de una mirada que también tenga valor por sí misma?
3. El tremendismo o la cotidianidad
¿Son las desgracias los únicos temas que puede tratar el Visa? Tradicionalmente parecía que así era pero esta edición da señales de que la cotidianidad también puede tener cabida en él. La cotidianidad ha de estar presente en el Visa. Por ejemplo, la pobreza que invade esta sociedad que creíamos opulenta.

El punto 3 del año anterior me va como anillo al dedo para enunciar la exposición, que para mí, ha justificado el viaje a Perpignan. “Urban quilombo”, de Sebastián Liste, que cuenta (sí, en este caso sí que lo hace) cómo subsiste un grupo de familias en una fábrica abandonada, en Salvador de Bahía. Aparte de esta grata sorpresa, que ofrece una mirada bella, comprensiva y analítica de las personas y de su entorno, pocas cosas más dignas de mención. A vuelo pluma, “Esos Estados de América”, de Jim Lo Scalzo; “Sangre Afrikáner”, de Ilvy Njiokiktjien, y “Condenados”, de Robin Hammond. Poco más en el yermo repleto de imágenes olvidables, intrascendentes. Flaco favor al fotoperiodismo el que ofrece la presente edición del Visa pour l'Image.