Pocas visiones más deprimentes que una habitación de hotel de negocios. La aparente comodidad, la frialdad del entorno impersonal. Un espacio diseñado para una eficiente funcionalidad desalmada.
Era última hora de la tarde. El sol en el horizonte alargaba las sombras y exageraba los volúmenes. El cabezal con forma de tableta de chocolate que presidía la habitación resaltaba todavía más bajo aquella luz. En el silencio de la habitación insonorizada, poco antes de que tuviera que irme, creí intuir, apenas percibir, un cierto zumbido a mi alrededor. Era el zumbido de la vida, a punto de abandonar aquella estancia muerta. Fotografié el vacío eficiente de la habitación, para recordar, siempre, que el zumbido nos acompaña y que no nos podemos permitir ignorarlo.
Buenos días.
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