Dicen que el agua lame las orillas.
Es falso.
El agua se abate sobre ellas sin piedad, incesante, con la determinación del loco. El agua provoca pequeñas grietas que agranda con su persistencia, hasta hundir farallones que parecían eternos. Incesante, golpea a veces enfebrecida, otras, con aparente suavidad. Pero va venciendo las defensas, hasta que amolda las orillas a sus deseos. Y aun así, sigue golpeando, insatisfecha. Porque ni siquiera sabe que lo único que justifica su existencia es roer las piedras, incesante.
Cuando nos asomamos a un acantilado, asistimos atónitos a su virulencia. Porque la vida es lucha. Y el agua, sibilina, nació para desgastar.
Buenos días.
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