25.11.09

24 HORAS EN MADRID (II): SIN FIN


Imagínense que les alojan en el mismo hotel en el que van a tener lugar unas conferencias. Es un establecimiento en el centro de la ciudad, diseñado para que los ejecutivos que lo frecuentan se sientan como en casa. Imagínense que, tras la cena, deciden realizar un poco de espeleología sociológica y se pierden por los largos pasillos enmoquetados. En una de las plantas, anunciado con numerosos letreros dorados, se encuentra el Spa que en recepción solícitamente les han anunciado que permanece abierto las 24 horas. Imagínense que, antes de abrir la sólida puerta de madera, miran el reloj y son las 12 de la noche. Entran.

La sala, no excesivamente grande, cuenta con los consabidos aparatos de ejercicios, como la sufrida cinta o la bicicleta estática. Cerca de ellos refulgen las mancuernas. No hay nadie, pero se oye una voz. En una pantalla plana, un presentador de CNN destripa la actualidad económica. Mientras observo alucinado, me imagino la sala, mañana por la mañana, ocupada por ejecutivos, parpadeando por el sudor y resoplando mientras su atención se dirige a la cotización de sus acciones. O mejor, me imagino la sala vacía horas y horas, mientras van desfilando presentadores que explican, a una audiencia inexistente, la importancia de la evolución de la economía de los países emergentes. Por decir algo.

Cierro la puerta y huyo hacia mi habitación. Que la inconsciencia del sueño me acoja.

Buenos días.

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