3.4.09

LA POBREZA COTIDIANA


Ahora que los supuestos líderes mundiales han mostrado su mejor sonrisa conjunta para anunciarnos un nuevo orden económico (¡ja!) y que Obama continúa ejerciendo de deseado líder mesiánico, es tiempo de recordar que la crisis no ha acabado, que nos rodea —siempre lo ha hecho— y que estamos sumamente expuestos a ella.

Hace mucho tiempo, una amiga me hizo la reflexión de que, cuando ve a un pobre por la calle, poca gente lo considera un igual. Pertenece a otra categoría, a los parias. Unos podemos apiadarnos, otros los pueden utilizar como objeto para verter sus frustraciones, pero siempre los miramos como a “el otro”. Alguien que ha traspasado un umbral que a nosotros se nos antoja muy lejano. Como si fueran de una especie diferente. Y no es así, aunque intentemos tranquilizarnos pensándolo.

La crisis nos empobrece, la crisis nos hace vulnerables, es decir, maleables, es decir, controlables. Sigo pensando que el sistema capitalista no ha explosionado con las convulsiones de los últimos meses, sino que se ha reforzado. Aprenderemos a vivir con menos, aceptaremos peores condiciones, dando gracias por no estar tan mal como nuestro vecino. Bajaremos la cabeza mientras, desde arriba, sonreirán asegurándonos que todo va a ir mejor al mismo tiempo que tensan las cuerdas.

Ayer volvía del ensayo, a las 12 de la noche, y me encontré a este pobre durmiendo en un portal de mi vecindario. Me entristeció y enterneció la imagen. Bajo la macilenta luz de la entrada, recogido contra el frío, boca abajo, seguramente para que la claridad no le impida conciliar el suelo, parecía absolutamente entregado, vencido. El toque más dramático era el carrito de bebé, en el que cargaba sus escasas pertenencias.

Ante la pobreza y la marginalidad somos todos niños. Indefensos.

Entré a casa sintiéndome un poco más cercano a él, rodeado por la pobreza cotidiana que parece abrazarnos cada vez con más fuerza.

Buen fin de semana.

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