23.2.10
LAS FOTOS QUE NO TOMÉ
Hablaba sobre sus intereses y ambiciones. Sobre la música y el mercado. Y yo miraba su perfil silueteado por la sombra en la vieja pared de piedra, apenas iluminada por una lejana bombilla. Charlábamos y una parte de mi cerebro memorizaba esas preciosas imágenes que se me escapaban de entre los dedos, que desaparecían, mutaban, porque la vida no se detiene, porque crea millones de estampas que desaparecen al instante, bellas y fútiles como mariposas.
Me sentía igual de inútil que García Álix, que explica en su recopilación de textos “Moriremos mirando” —qué gran título, por cierto— aquella ocasión en la que no osó fotografiar a su abuela que, en un momento de displicencia o descuido, había permitido que su bata dejase al descubierto, desafiante, uno de sus pechos. Evoca posteriormente ese instante único, con el pesar de no haber sido capaz de reaccionar, de capturarlo aunque tenía la cámara cerca de él. La indecisión le venció.
En mi caso, la cámara no me acompañaba. Seguí disfrutando de la conversación con una cierta tristeza por no poder atesorar, estáticos, esos momentos que estaba viviendo.
Más tarde me di cuenta de que la crónica de nuestras vidas se explica tanto por esos momentos que se pueden mostrar como por aquellos que quedan únicamente en el recuerdo.
Las fotos que no tomé son la historia de lo que he vivido.
Buenos días.
PD. Hoy, una de las fotos que sí tomé. En el festival In-Somni caí bajo el hechizo de Angèle David-Guillou, una de los componentes de Piano Magic. Las personas realmente fascinantes son aquellas que parecen serlo a su pesar.
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