En un momento de la velada, el director de las jornadas,
Daniel Giralt-Miracle, la presentó, con cierta retranca, como turista y ella le
corrigió inmediatamente dejando claro que lo que íbamos a escuchar era “la
opinión de una colega”. Y así fue. La mirada de una gran fotógrafa sobre la
obra de otro captor de instantes referencial, un análisis sobre sus constantes,
sobre las obsesiones que se destilan, la constatación de que la mayoría de
fotógrafos persiguen una versión depurada de la misma imagen.
García Rodero lanzó una serie de frases tan afiladas, tan
profundas en su aparente sencillez, como haikus. Cito las que pude transcribir
de forma apresurada:
Sobre la relación que Català-Roca establecía con sus
fotografiados:
“La gente se desnuda ante él. Tiene empatía y entabla
amistad. Ambos, fotógrafo y fotografiado, se nutren de la sabiduría del otro”.
Respecto a su mirada:
“Es elegante, compasiva y tierna”.
Sobre la fotografía:
“La luz es la materia prima. La fotografía no es sólo
composición sino formas”.
Sobre el momento de captar la imagen:
“El fotógrafo no se puede permitir dudar. Si lo haces, ese
momento ya se ha ido”.
De cómo entablar relación con tu sujeto:
“La actitud es fundamental. La honestidad se nota, y se
sufre. O se disfruta”.
Y así, durante más de hora y media que parecieron escasos
minutos.
García Rodero, que explicó que “he hecho mis fotografías
quitándoselas al descanso”, reconoció que no es muy dada a hablar porque lo que
quiere es “seguir fotografiando mientras pueda, dejar una obra”. Comprensible
como es su motivación, es una lástima que no se prodigue más. Les aseguro que,
tras escucharla, uno mira a su alrededor y siente el impulso irreprimible de
apretar el disparador, porque, como afirmaba Català-Roca: “Dentro de unos años
ya no podré fotografiar esto”.
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